Donde esta mi casa?

Otro día en la oficina, sólo que éste es diferente porque es el último día que trabajo este año y, además, es víspera de Navidad. Lo único en lo que puedo pensar es que quiero estar en casa, pero a la vez me confundo, pienso y me pregunto: ¿Pero en qué casa?

Mi casa solía estar tan lejos de aquí, y aunque por estos lares hemos construido un lindo lugar donde pasar nuestra vida contemplando cómo crecen nuestras hijas, aún siento que la mitad de mi corazón está allá tan lejos, donde crecí con dos hermanos mayores que, a su manera, me protegieron siempre.

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A veces pienso en ellos y me vienen a la mente lindos recuerdos, como esos paseos en vísperas de Navidad: Mi mamá nos daba una propina y nos mandaba a pasear y comprar algo bonito. Recuerdo caminar con ellos por el centro de la ciudad, los dos siempre atentos a donde yo estaba tal como mi mamá se los había encargado. ”Cuiden a su hermana” les decía siempre y ellos siempre obedecieron.

Por circunstancias de la vida fui a la misma facultad con el menor de mis hermanos mayores, no despredía de mí su ojo vigilante, pero yo siempre buscaba la manera de escabullirme. Él me reñía, no quería que ande con sus amigos, era súper celoso. Ahora lo entiendo, siempre fui su hermanita y mi mamá le dijo que me cuidara. A veces coincidíamos en una reunión de compañeros y resultaba muy divertido, todos sabían que si estábamos juntos la diversión estaba asegurada.

El mayor de mis hermanos mayores comenzó a trabajar muy joven y, aunque era tacaño, siempre compartía conmigo lo que podía. No era sólo yo su protegida, él siempre protegía a todos, aún lo sigue haciendo. Si bien es un tonto, es sabio en su actuar y noble de corazón.

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Cuando era niña me llevaban y recogían del colegio, a veces llovía y llegábamos a casa empapados de la cabeza a los pies. Entre los dos me hacían cosquillas y yo carcajeaba hasta no poder contener los esfínteres.

Lloraba por su atención, cuando no querían jugar conmigo le decía a mi mamá que me estaban fastidiando para que los castigase. Ahora sé que mi mamá los castigaba con un guiño de ojo, sólo para que la niña se quede contenta. Entonces los pobres me prestaban sus carritos y ya podía jugar con mis hermanos mayores, tan guapos ellos, parecían mellizos, al menos eso me gustaba pensar.

Cuando nos hicimos grandes salíamos a comer sólo los tres para interrogarnos, apoyarnos, discutir y, por último, para querernos. Aún hoy en día cuando los visito lo hacemos, no importa el lugar lo bonito es estar con ellos.

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