Hace unos días realmente hizo mucho calor, se deseaba estar en la playa con una piña colada en la mano y sin pensar en nada, ver cómo se va la vida en un momento de disfrute. Esos días… esos días son pocos en Holanda.
Un buen día hizo un calor delicioso y el vecino armó una piscina para que los niños gocen saltando y salpicando. Mis hijas, que genéticamente están modificadas, son tímidas para acercarse a otros niños, pero ese día a insistencia mía fueron y pidieron permiso para unirse al grupo. Casualmente fueron varios días de sol y calor delicioso, pero no todos los días estaban los vecinos y mis hijas miraban desde el balcón con ganas de meterse a la piscina.
En mi afán de engreír a mis niñas les compré una piscina, según yo no muy grande, para colocarla en el balcón. Las niñas se alegraron y nos pusimos manos a la obra. Sofía con lo entusiasta que es se puso a inflar y pensar cómo haríamos para llevar agua porque no tenemos manguera y yo me comencé a preocupar porque temía que era demasiado grande para el balcón y también sobre cómo llevaríamos el agua.
A pesar de tanto esfuerzo no pudimos hacerlo solas. Llegó Jeroen y nos ayudó con todo. Una vez armada la piscina, llena de agua limpia, el sol brillando en todo su esplendor, las niñas listas con ropa de baño y untadas con crema solar se fueron a jugar a la piscina del vecino.